¿La búsqueda de la realidad o de la verdad?
Las preguntas ¿qué es conocer? y ¿qué es la verdad? han preocupado a los filósofos desde a Grecia clásica hasta los días de hoy. No es en vano, puesto que los científicos que se basan en corrientes fenomenológicas, hermenéuticas y autorreferenciales (en el sentido dado por la sociobiología), dudan de la existencia de una realidad universal y procuran una forma interpretativa o subjetiva de la verdad.
El debate epistemológico y las controversias no surgen con el inicio de la sociología, sino que hay que buscarlas entre los pensadores de la Grecia clásica. Aristóteles se fundamenta en dos premisas. La primera es que la verdad estaría en el pensamiento o en el lenguaje y no en otra cosa. La segunda premisa se basa en el hecho de que la verdad, o su reificación, es externa a ella. Refiriéndose a estos primeros pensadores, Ferrater Mora en el Diccionario de Filosofía escribe que, para ellos, la verdad es igual a la realidad y esta es igual al pensamiento, aunque este pensamiento debe tener una visión inteligible, o sea, un método riguroso.
Una forma ilustrativa de exponer qué entendemos por verdad, es referirnos a la alegoría de la caverna de Platón. Platón imagina que los prisioneros que están agrupados en un muro en el interior de la caverna, están allá desde su nacimiento y su cabeza está dirigida solo para el interior de la caverna. Atrás de ellos se encuentra un fuego y un camino para salir. A través del camino circulan personas y animales que proyectan sus sombras en la pared del fondo de la caverna. Los prisioneros dentro de la caverna apenas pueden percibir sus sombras, de tal forma que acreditan que estas sombras son reales, siendo las únicas que han visto durante toda su vida. Un día, uno de los prisioneros es liberado, pudiendo salir de la caverna. Las llamas y el sol lo deslumbraran completamente, poco a poco se acostumbra a ver el mundo real alrededor de él. Este hecho abre un proceso de diferenciar los objetos y de reconocer la pobreza en la cual había sido sometido durante muchos años. Posteriormente, el prisionero es forzado a volver a su posición original en la caverna, viendo y distinguiendo el mundo de las sombras del mundo real que había visto. Sus compañeros, entretanto, siguen creyendo que el mundo real es el mundo de sombras, pues nunca tuvieron la oportunidad de experimentar el mundo real. La parábola de Platón muestra que la mayoría de la humanidad se contenta en vivir en un mundo de apariencia. Pero también podemos extraer otra lección: la verdad y la luz son la única realidad, porque ella es todo lo que vemos. En el idealismo, la conciencia puede equivaler a la luz de la caverna.
Con el mito de la caverna de Platón es posible percibir diferentes interpretaciones y la importancia que adquiere la convivencia. La mayoría de los filósofos concuerdan que con la idea de verdad, se trata de una interpretación mental de la realidad transmitida por los sentidos. De ser así, la interpretación subjetiva de la realidad filtrada a través de los sentidos nos muestra la verdad, en su caso inclusive posibles verdades. Entretanto, debemos recordar que la interpretación mental incluye creencias, valores y, en última instancia, la consciencia, porque pueden engañarnos una vez que filtran la verdad a partir de nuestra subjetividad, construyendo una verdad solamente para nosotros mismos. Definiciones normativas nos ofrecen una aproximación a la idea que tratamos. El Dicionário Aurélio define la verdad como "la identidad de una representación con la realidad representada", y amplía que se trata de un "cierto principio constante”. Similar es la definición dada por el Deutsche Duden der Sprache en el que la verdad es descrita como: "la realidad de las situaciones dadas; la auténtica situación". En ambas definiciones, la verdad aparece como reflejo de la realidad de las situaciones. No nos proporciona una clarificación sobre su búsqueda, pues, en este caso, se deberá profundizar las raíces fenomenológicas del concepto.
¿En qué premisas y significados se basa la filosofía? Entre las corrientes de pensamiento filosófico y su vinculación con las ciencias sociales, destacamos la filosofía analítica (el análisis del significado de los enunciados) y la filosofía basada en el racionalismo crítico (en oposición directa al positivismo lógico).
La filosofía analítica, cuyas raíces se encuentran en el positivismo denominado operacionista y en el Círculo de Viena, establece una síntesis de pensamiento entre la ética y la lógica. Se debe al filósofo Ludwig Wittgenstein, en el Tractatus Lógico-Philosophicus, el planteamiento de la vinculación estructural entre el lenguaje y el mundo. Considera los hechos como “estados de cosas” y extrae la idea central de la teoría de la figuración y de la verdad. Una proposición será significativa o tiene sentido en la medida que representa un estado de cosas lógicamente posible. Puede ocurrir que un significado sea fragmentado en varios sentidos, o el mismo desintegrarse en la incoherencia. Profundiza el concepto de verdad y la relación con las proposiciones llegando a preguntarse: "¿Qué es y qué significa: la verdad de una proposición sea cierta?" La verdad es relativizada a partir de la interpretación subjetiva de los hechos. La utilización que realiza Wittgenstein de la expresión "verdadero o falso" es un tanto “engañadora” y equivale a decir "ajustarse al hecho o no" y lo que verdaderamente está en cuestión es el significado de “ajustarse”. Uno de los requisitos de la búsqueda de la verdad constituye la identidad. La identidad de un significado tiene lugar a partir de diferentes interpretaciones que las personas atribuyen al significado: “los límites de un lenguaje son los límites de mi mundo”. La identidad del significado vuelve posible la verdad.
Además de la filosofía analítica de Wittgenstein, se desarrollaron diversas corrientes. Una filosofía denominada continental representada por Martin Heidegger y la posibilidad de trascendencia histórica y cultural en busca de una situación social de Hans-Georg Gadamer, así como la caracterización del método científico, el dominio de la falsabilidad, y el criterio de comprobación racionalista de Karl Popper.